Regeneración = enamorarse de la vida

Escuché el término “regeneración” un tiempo antes de comenzar mi posgrado, fue antes del parteaguas de nuestra generación: la pandemia de COVID-19. Por ese entonces no le presté mucha atención al término, pues estaba aún muy enfocado en temas sociales.

Durante la maestría comencé a escuchar la palabra con más frecuencia junto con otras palabrejas que me resultaban un tanto chocantes: codiseño, investigación activa, biomímesis, pensamiento sistémico, etcétera. Me resultaban chocantes porque, además de repetirse indiscriminadamente como mantras, para mí eran desconocidas, y nosotros los humanos tendemos a rechazar lo que no conocemos.

Me costó mucho apropiarse del concepto de regeneración, especialmente porque algunos de sus promotores plantean el escenario de “erradicar y olvidar la sustentabilidad” porque era hora de la regeneración, postura con la cual sigo en parcial desacuerdo.

Es cierto: la sostenibilidad es insuficiente para los retos actuales y ha sido instrumentalizada para campañas de lavado de reputación de empresas y gobiernos, como suele suceder con todo lo prometedor. Sin embargo, esta idea de desechar lo sustentable para pasar a lo regenerativo me recordaba a los políticos que echan por tierra todo lo hecho por administraciones pasadas solo para imponer su nueva marca.

Por otro lado, tiendo a ser escéptico. Como Santo Tomás necesito pruebas convincentes. El gran reto es que la regeneración no sólo se entiende, también se percibe con los sentidos y con las experiencias vivenciales. Fue hasta después de muchos años de escuchar, experimentar, observar y probar que pude entender la profundidad de la regeneración.

Comparto este texto no para contar la historia de cómo fui entendiendo y convenciéndome de la propuesta regenerativa, sino para compartir algunas ideas y reflexiones puntuales que surgieron después de asistir a un taller con Bill Reed, uno de los fundadores de esta escuela de pensamiento.

Bill Reed es arquitecto, urbanista y consultor estadounidense, pionero del movimiento de diseño regenerativo. Fue uno de los impulsores del Regenesis Group y del sistema LEED en Estados Unidos. Su trabajo busca integrar arquitectura, ecología y comunidad desde una perspectiva sistémica, enfocada en regenerar los sistemas vivos más allá de la sostenibilidad tradicional.

El taller “Desarrollo y diseño regenerativo: ¿sanar la tierra en 18 meses?” tuvo lugar dentro del marco de ATMEX 2025 en Puebla. Bill nos acompañó con una conferencia magistral y un taller presencial, donde un grupo de profesionales conversamos sobre la regeneración aplicada al turismo regenerativo. Fueron casi tres horas en las que compartimos reflexiones, escuchamos ideas que nos retaron y respondimos preguntas profundas sobre cómo habitar el mundo y encarnar la vida.

¿Qué tan grande es “aquí”?

La regeneración está basada en el potencial del lugar en el que trabajamos. No hay soluciones estandarizadas ni métodos mágicos. El primer paso es entender el sitio, sus elementos y relaciones. Una de las preguntas más profundas que nos hizo Bill Reed fue:

Para responder, debemos elevarnos a 10,000 pies de altura, pero también mirar dentro de nuestras emociones y relaciones. ¿A qué podemos llamarle “aquí”? ¿Nuestra habitación, nuestra casa, nuestro barrio, ciudad o región? Cuando decimos “aquí”, inferimos que hay un “allá”, y es imprescindible preguntarnos dónde están los límites de lo que comprendemos o de aquello con lo que trabajamos.

Todo toma tiempo

Antes del taller tuve oportunidad de conversar con Bill sobre los retos de mis proyectos actuales. Uno de ellos es el hecho de que nuestra cultura está acostumbrada a exigir resultados y logros inmediatos. Los negocios, la comunicación y nuestra vida en general se han convertido en una serie de eventos inmediatos. Pero la naturaleza, la vida y la regeneración no funcionan así.

Trabajar con un nuevo entendimiento de la vida, sus sistemas y sus relaciones implica ser paciente, algo que muchas veces va en contra de las expectativas de empresas, clientes y organizaciones acostumbradas a la inmediatez.

Si bien es posible ser eficientes, algunos procesos toman tiempo para entender, escuchar, diseñar, planear y sentir. Convencer a nuestros clientes y colegas de la necesidad de esperar y ser pacientes es un reto mayúsculo, pero vale totalmente la pena.

¿Qué hace una casa, qué hace un hogar?

Una de las preguntas más profundas fue entender la diferencia entre un hogar y una casa. Aunque son conceptos comunes, rara vez nos detenemos a pensar en la importancia del lenguaje y en el significado de cada palabra.

Durante unos minutos conversamos sobre lo que entendíamos por hogar y por casa. Después de hablar de ambientes, familia, plantas, emociones y mascotas, llegamos a la conclusión de que una casa es un espacio físico que se puede habitar, mientras que un hogar son las relaciones que tejemos en y con ese lugar. Nuestros vecinos, familia, historias, el entorno natural y nuestro estado emocional interno constituyen la idea del hogar.

Enamorarse de la vida

Una de las mayores conclusiones de la sesión fue entender la importancia de “poner la vida al centro” cuando se habla de regeneración. Esta visión incluye una versión más generosa del antropocentrismo, reconociendo que todas las formas de vida —y no solo la humana— son lo más importante.

El mensaje crucial de Bill fue que “la regeneración consiste en enamorarse de la vida”. En este sentido, la entiendo más como una filosofía o un ethos personal que como una técnica o metodología. Ahí radica la diferencia con la sustentabilidad, que sigue teniendo relevancia, pero acotada a procesos y sistemas específicos —como el manejo de aguas residuales o de energía—.

Sin embargo, el lente a través del cual se entienden y diseñan dichos procesos debe ser el de la regeneración, poniendo la vida al centro. Amar la vida implica reconocer que no solo la humana tiene valor. En esto consiste la regeneración: en priorizar lo verdaderamente valioso —la vida sobre el capital, las relaciones sobre los negocios y el fondo sobre la forma—.

Escrito por:
Gerardo Ibarra
Especialista en turismo sostenible y regenerativo
Consultor senior de Experiencias Genuinas

 

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